Por: Enid Daniela Vargas, maestra Pelusa.
El siglo XXI ha traído múltiples desafíos y exigencias en cuanto a la educación que se desea para los niños y las niñas; son seres que exploran cotidianamente, hacen preguntas, tocan, sienten, conocen y están en constante aprendizaje; paradójicamente, en la mayoría de situaciones, son ellos quienes nos enseñan a los adultos, debido a que ven el mundo con otros ojos, ese mundo que les permite investigar innatamente.
Como maestras de primera infancia y adultos que acompañamos a los niños y niñas, tenemos la necesidad de asumir nuevos retos en las aulas y en los hogares, porque más que transmitir conocimientos, lo que debemos es permitir que los niños y niñas adquieran nuevos aprendizajes a través de sus propios intereses, para que puedan sacar provecho de su creatividad y experiencias.
Con base en ello e inspirada en uno de los modelos pedagógicos con los que se trabaja en Pelusa, quiero referirme hoy a María Montessori, una mujer que luchó por sus ideales, que transformó contextos educativos y además, siempre estuvo en pro de los niños y niñas. «La esencia de la educación Montessori es ayudar al niño en su desarrollo y ayudarlo a adaptarse a cualquier condición que el presente le requiera.» (Montessori, s.f., p.1).
El método Montessori busca que en los diferentes contextos en los que se desenvuelven los niños y niñas, los ambientes sean preparados para que logren descubrir libremente lo que los rodea, explorando el mundo y haciéndose responsables de su propio aprendizaje, tal y como lo expresa Rodríguez (2013)
Para Montessori la infancia es una etapa con significado propio, es decir, el niño no es un adulto en miniatura, ni un sujeto pasivo sino que tiene necesidades e intereses propios, es un ser que juega, experimenta y se adapta al medio físico y social que lo rodea. Si ahogamos sus intereses y necesidades desde un sistema rígido que oprime todo lo que el niño es, le obligaremos a rendirse, hundirse y resignarse a lo establecido, sin que nunca pueda desarrollarse a si mismo (p.9).
En otras palabras, los adultos que rodean a los niños y niñas, deben ser observadores innatos y guías que les permitan pensar por sí mismos, ayudándolos constantemente a desarrollar y potencializar su autonomía, autoconcepto y autoestima, a través de situaciones significativas para ellos, partiendo de sus intereses y necesidades, como se expresó en líneas anteriores.
Ahora bien, ¿cómo se puede lograr lo anterior? Es fundamental conocer su esencia, sus gustos y necesidades; Maria Montessori, dejó múltiples enseñanzas en las que se resalta que todo ser humano tiene una serie de habilidades y potencialidades, por lo cual, debemos respetar los procesos de vida de cada uno de los niños y niñas, teniendo siempre una profunda admiración por ellos, partiendo de sus preguntas y multiples personalidades.
Los niños y niñas son el reflejo de lo que son los adultos todos los días. En ocasiones, se minimiza lo que ven y dicen, incluso en momentos se piensa que ellos “no se dan cuenta” pero resulta que sí, lo cual, se ve evidenciado por ejemplo, cuando se exige que no griten, pero diariamente los adultos lo hacen; se les pide que se calmen pero, en ocasiones, son los mismos adultos quienes se desesperan con diferentes situaciones y no demuestran la tranquilidad que ellos esperan, entre otras situaciones que pasan en el día a día y no son puntos de referencia para los niños y niñas. María Montessori, dejó como enseñanza que los adultos que acompañan a los niños y niñas deben estar física, intelectual, profesional, personal y espiritualmente bien, expresó que el adulto debe estar bien consigo mismo, para transmitir y brindar lo mejor a los niños y niñas.
A modo de conclusión, según el método Montessori, es necesario que haya un ambiente preparado, un aprendizaje activo en el que los niños y niñas se muevan con libertad en su contexto, los adultos son guías y están en constante observación, los niños y niñas aprenden a su propio ritmo y constantemente fortalecen su autonomía a través de actividades cotidianas. Este es un llamado entonces a toda la comunidad educativa, a que siempre se transmita lo mejor hacia nuestra niñez, formando niños felices, que exploren sus capacidades, que se conozcan y diariamente puedan participar de un mundo mejor.