“Educar es más que enseñar a leer, a escribir o a calcular, es preparar al individuo para el mundo, para que él pueda verlo, juzgarlo y transformarlo” (Mundo de crianza Brasil).
Ana Verena Salgado Reyes.
Actualmente es común escuchar hablar de inclusión en distintos ámbitos de la vida. Con ella, a modo general, se pretende construir una sociedad más democrática, respetuosa y acogedora de la diversidad (de género, cultural, religiosa, de pensamiento y de las distintas capacidades). Somos incluyentes cuando nuestras acciones hablan de reconocimiento frente a la diversidad, comprendiendo que no todos somos iguales y que es justamente la diferencia la que nos hace inigualablemente valiosos. Desde la pedagogía, el concepto de inclusión hace referencia a la manera en que la escuela debe dar respuesta a la diversidad, con acciones educativas complejas que superen ese dualismo de lo “normal – anormal”.
Por ello, el sistema educativo debe pensar en una educación abierta y flexible, en y para la diversidad, que valore y reconozca las diferencias, aceptando y promoviendo las formas diferentes de ser, tanto de los niños como de los maestros. Pero no solo eso, sino que se busca que la escuela pueda responder a las necesidades diversas de los estudiantes, procurando espacios no solo de integración, si no, de adaptación del sistema a las características de los mismos.
Desde el Ministerio de Educación Nacional, se orienta a las instituciones educativas para que contemplen desde su Proyecto Educativo Institucional (P.E.I) la educación en la diversidad, buscando que cada ser humano acceda en igualdad de oportunidades, a las estrategias de enseñanza pertinentes para su aprendizaje. Asimismo, según Arnaiz (2000), educar en la
diversidad es también promover una convivencia basada en la solidaridad, valoración del otro y la cooperación.
Aún con lo anterior, los actores del sistema educativo seguimos teniendo muchos retos en el tema:En primer lugar, las familias, en especial quienes han recibido un diagnóstico específico frente al desarrollo de su hijo. Su principal reto es comprender que ese diagnóstico es solo una característica, porque su hijo es un niño a quien tienen que educar, y no un discapacitado al
que tienen que asistir. Deben ser entonces los primeros en empoderarse y trabajar desde el respeto profundo a su hijo, sus capacidades y su propio ritmo. Es importante también que construyan un camino para derrumbar los prototipos y las etiquetas, cambiar pensamientos discriminatorios, fortalecer a sus hijos en su autoestima y autovaloración, y exigir sus derechos.
De otro lado estamos los maestros, para quienes es urgente buscar respuestas a esos cuestionamientos que a veces nos surgen, basados en los miedos y el desconocimiento, sobre si seremos capaces de generar un aula inclusiva. Nuestra tarea, sin duda, es comprometernos a construir una sociedad donde nadie sea discriminado ni excluido, educando desde el ejemplo, con acciones, actitudes y un lenguaje que reconozca al otro, que respete todas las formas de pensar y de ser. Además, desde nuestra práctica pedagógica, los maestros tenemos que seguir investigando sobre las múltiples posibilidades y canales que tienen los niños para acceder al conocimiento; aprender a reconocer e integrar los distintos ritmos de los niños e innovar con metodologías que incluyan a todos, desde la singularidad de cada uno. Del papel activo de familias y maestros en la educación incluyente, dependen todos los comportamientos y actitudes que tengan los niños frente al otro, que siempre será diverso.
Enseñemos pues a ver el mundo con otros ojos, con ojos respetuosos.
Referencias:
•Arnaiz, P. (2000). Educar en y para la diversidad. Recuperado de:
http://www4.congreso.gob.pe/comisiones/2006/discapacidad/tematico/educacion/parnaiz.pd
f
•Ministerio de educación Nacional. (2007). Educación para todos. Altablero Nª 43.
Recuperado de: https://www.mineducacion.gov.co/1621/article-141881.html