Actualmente es mucho más común de lo que se cree escuchar a las familias y también los maestros preguntarse por las actitudes y comportamientos de los niños; nos cuestionamos sobre por qué hacen o no hacen esto o aquello. Sin embargo, hay que pensar que tal vez no estamos haciendo las preguntas correctas, ya que buscamos afuera las respuestas, cuando en muchos momentos está dentro de nosotros.
Queremos que los niños escuchen, pero ¿escuchamos nosotros al otro?, queremos que conversen más, pero ¿somos quienes nos sentamos a conversar y hablar de nuestro día? Queremos que sean pacientes, que se concentren más, que tengan permanencia, que sigan indicaciones… y ¿hacemos eso nosotros en la cotidianidad?
En ocasiones pretendemos que los niños sean de cierta manera, nos angustiamos si no sucede así, pensamos en buscar estrategias para ellos, acompañamiento psicológico para ellos, observamos qué sucede a su alrededor, pero ¿alguna vez pensamos en que nosotros somos los primeros que no somos como queremos que ellos sean?
Papás, cuidadores, abuelos, maestros: nosotros que interactuamos con ellos constantemente, somos sus principales ejemplos, así que, si hay algo por enseñar, primero debemos aprenderlo nosotros. Debemos ser pacientes, amorosos, escucharlos, hablarles, trabajar en equipo, ser amigables, suaves con el trato, pues están aprendiendo todo el tiempo de nosotros, en especial, de aquello que ven, aunque no lo escuchen.
En este sentido, hay que partir de la necesidad de una educación para la vida, en la que todos (no solo los niños) tengamos unas bases sólidas de educación emocional. Somos personas en constante evolución, siempre deberíamos estar aprendiendo y más cuando se trata de las emociones y sentimientos, de manera que podamos estar tristes, enfadados, muy alegres, pero sabiendo donde poner nuestras emociones, entenderlas y actuar conscientemente.
Hay que hacer un pare cada día en nuestros días, respirar y llenarnos de pensamientos positivos y propositivos y, aunque a veces no sucede así porque estamos estresados o cansados, reconocerlo no está mal; hay que darle nombre a la emoción, hablar de eso, permitirse sentir.
Nuestra tarea es brindar herramientas a los niños para afrontar las situaciones que sortean, explorar acerca de sus sentimientos como algo natural y habitual, comprenderlos, evitar hacer juicios, saber darles su espacio, apoyarlos, acompañarlos con amor, entender que somos sus guías y de quienes están aprendiendo.
Todo eso puede no ser fácil, pero la invitación siempre es a preguntarnos ¿cómo estamos haciendo las cosas, nos conocemos lo suficiente para identificar qué nos emociona, qué nos molesta, qué nos tranquiliza, cuáles son las fortalezas y debilidades que tenemos, cuáles son nuestros valores familiares? El autoconocimiento es fundamental para saber cómo actuar y con pequeñas acciones progresivas iremos logrando el cambio a nivel personal; solo así podemos generar cambios en quienes nos rodean y en especial, en los niños que siguen nuestros pasos…en esos para quienes somos héroes o heroínas., que con su amor genuino nos dicen todo el tiempo: “cuando grande quiero ser como tú”.
Jardín Infantil Pelusa.