Para hablar de crianza consciente o crianza respetuosa, empezaremos primero por retomar una importante consigna de Fernando Savater que nos ubica en el lugar de acompañantes de los niños, niñas y adolescentes: “Para que una familia funcione educativamente, es necesario que alguien en ella se resigne a ser adulto”. Esto implica, entender que somos quienes tenemos el papel de brindar afecto y poner límites, como nadie más lo podrá hacer.
Sin embargo, podemos ejercer ese rol de adultos de muchas maneras y acudir a diversos estilos de crianza cuando somos madres, padres o cuidadores. Algunas de ellas más autoritarias, otras más laxas, otras un poco confusas, otras cargadas de tristezas y dolores que se revierten en golpes, malos tratos, gritos… otras muy integradoras.
¿De qué depende eso? En buena medida, de lo que aprendimos en nuestra infancia y guardamos en nuestra memoria emocional al habernos relacionado con nuestros cuidadores. Eso que llamamos heridas de infancia, pero también esos factores que nos protegieron, vienen a constituir nuestras formas de educar y acompañar cuando somos adultos.
En este sentido, si vamos de generación en generación replicando modelos de crianza aprendidos y si queremos construir una sociedad de y para la paz, tendríamos que preguntarnos entonces, cómo podemos hacer tránsito a estilos de crianza que potencien muchas más características que construyan la humanidad que queremos?
Lo primero es saber que la crianza consciente empieza por hacernos preguntas sobre nosotros mismos, pues no podemos “replicar” fórmulas y teorías sin que nos pasen por la piel.
Por otro lado, comprender que el estilo de crianza consciente es una construcción, no se cambia de la noche a la mañana todo lo que creemos y hemos hecho siempre, pero que cada día, se camina un paso más. Además, es necesario bajarle el volumen al juicio y a la culpa que nos representa el hacer las cosas de manera diferente a lo que espera de nosotros la sociedad.
Muy importante, asumir que queremos ser padres y cuidadores que privilegien la empatía, el respeto profundo y la mirada amorosa que alimente el ser de los niños y las niñas todos los días. Esto, hará que la búsqueda del equilibrio entre la firmeza y el afecto, sea un propósito superior que motive cada práctica y cada decisión.
Una crianza consciente, necesariamente lleva, tanto a adultos como a niños, a ser más libres, empáticos, responsables y pacíficos. Si queremos esto para nuestros hijos y para nuestra sociedad, en nuestras manos estará tejerlo y formarnos para lograrlo.
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Alejandra Pineda Arango
Directora